viernes, 6 de mayo de 2011

Darìo

El mueble reluce. Es evidente que alguien le quita el polvo y le pasa una mano de Blem bastante seguido. No es un mueble nuevo, aunque tampoco se vendería en una de esas casas de antigüedades que abundan por Floresta. Sin laquear, de madera lustrada, austero pero no berreta.

Darío tira de la manija y abre un cajón lleno “hasta el tope” de papeles y cuadernos. Se ven algunas hojas sueltas escritas recientemente, otras que parecen de bastante tiempo atrás. Algunos de tipografía, otros manuscritos.
Adentro del cajón tampoco hay polvo y, si bien no está todo perfectamente acomodado, tampoco hay papelería revuelta. No encontró nada interesante. Cierra el cajón. Pero algo obstaculiza su intento. Empuja un par de veces sin éxito. Sospecha que algo habrá caído por detrás. Estira la mano intentando alcanzar el obstáculo. Toca algo pero, no, no puede sacarlo. Debe quitar el cajón.

Hecho esto, adentra su mano hacia el fondo del mueble y extrae una especie de cuaderno cubierto de polvo, de ese polvo que no es polvo de tierra, que no se suelta con un simple sacudón, es suciedad, es mugre vieja que mancha los dedos. A la sensación de rechazo por lo mugriento se le suma la curiosidad, en realidad el morbo.

Con las yemas de los dedos sucias por el pegadizo hollín, decide hacer a un lado el polvo de la tapa, tapa de cartón que no dice nada. Hojea el contenido. El trazo inseguro del manuscrito le resulta desagradable. Las tachaduras y enmiendas se repiten varias veces en cada página. La caligrafía le produce una mala impresión, tal que por poco desiste de seguir husmeando.

Se tienta a dejarlo, a acomodarlo en el fondo del cajón, apretujarlo y dejarlo como estaba. En la cara de Darío se dibuja una muesca de asco ante tanta mugre (que ya invade sus palmas, los puños impecables de su camisa y los pelos de la nariz) Cierra el cuaderno con fuerza descuidada y la mugre se desparrama impulsada por el aplauso de las hojas sucias. “Lo pongo en… no sé dónde ponerlo”. En el piso, sobre un diario. Exacto, sobre un diario que de todas maneras ya no sirve.

Cierra el cajón que ahora luce empolvado por las huellas sucias de sus yemas. No hay nadie en la casa. Había decidido tirar ése cuaderno sucio pero no lo hizo. La curiosidad morbosa lo atrapa de nuevo y va directo al cuaderno. Lo abre desde la primera hoja.

No tarda mucho en darse cuenta de que se trata. Una bocanada rancia sopla sobre su cara en forma de húmeda angustia. Se descubre con una birome en la mano.

Un día más en la rutina de Darío que escribe su diario

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