domingo, 19 de septiembre de 2010

De amor y de amantes

En el mundo occidental, la posibilidad de elegir la pareja con la que se ha de compartir la vida es un concepto difícilmente cuestionado hoy en día. Y ciertamente parecería, prima facie, más saludable aplicar el albedrío personal en el proceso de elegir pareja, ya que suponemos como certeza la existencia de una entidad llamada “amor”. Aunque, también es cierto, que el “amor” es una entidad sobre la cual no hay consenso sobre su definición.


Me llamó la atención la perspicacia de Nietzsche en Humano, demasiado humano: “Pueden prometerse acciones, pero no sentimientos, porque estos son involuntarios. Quien promete a otro amarlo siempre, u odiarlo siempre o serle siempre fiel, promete algo que no está en su mano poder cumplir; lo que se puede prometer son actos o manifestaciones, que sí, ordinariamente son consecuencia del amor; del odio, de la fidelidad, pueden provenir también de otras causas, puesto que caminos y motivos diversos conducen a una misma acción. La promesa de amar a alguno significa, pues, lo siguiente: Mientras que te ame, te mostraré pruebas de mi amor; si dejara de amarte, continuarás, no obstante, recibiendo de mí, iguales manifestaciones, aunque por motivos diferentes, de manera que en el concepto de los demás hombres persista la apariencia de que el amor será inmutable y siempre el mismo. Así, pues, el hombre promete la persistencia de la apariencia del amor, cuando sin cegarse voluntariamente, promete amor eterno”.

El asunto es que, ni el propio Nietzsche pudo escapar de la ceguera del amor. Y porque supo de ello lo escribió tan bien.

Yo creo que, como en toda elección, la de la pareja tiene en cuenta tres factores. 1) Oportunidad: Se elige lo que se puede. 2) Gusto: Se elije dentro de un perfil precondicionado. 3) Capacidad: Aptitud y actitud para el cortejo. Estas tres variables se pueden dar en un contexto de enamoramiento o no. Pero, invariablemente, van a estar bajo el peso de la idiosincrasia, de la cultura, de esa especie de presión atmosférica que nos oxigena pero que nos comprime contra la tierra.

Una vez realizada la/s elección/es, y definido/a quien, en principio sería la pareja, será cuestión de tiempo y circunstancias cuanto habrá de pasar del enamoramiento a lo que bien describe Nietzsche y que yo llamaría la “actuación de amar”.

El modelo participativo, el que impera en Occidente, en el que dos personas que dicen amarse se elijen, prescindiendo totalmente (como si eso fuera posible) de la opinión de terceros, tiene ventajas iniciales y desventajas intermedias y finales.

Las ventajas iniciales tienen que ver con la maravillosa sensación de “estar enamorado”, siempre y cuando haya correspondencia entre dos seres. Las desventajas intermedias vienen de la decepción, de darse cuenta que lo que llamaron amor se desvanece. Y las desventajas finales devienen, entre otros factores, de las culpas por haber sido EL o LA responsable de haber elegido lo que se tiene (o se tuvo).

¿Es posible el amor eterno? En mi opinión no. Existe el cariño, el afecto, el compañerismo, la decisión de cumplir con un pacto de compañía, de representar ante la sociedad, la necesidad mutua de mantenerse asociados por la razón que fuese, etc.

Si a la suma de todos estos actos decididos en pareja se la puede llamar amor; o si a la fuerza que sostiene todos estos actos se la puede llamar amor, entonces, desde ese punto de vista quizás exista tal entidad.

Pero -en honor a la sinceridad- el apasionamiento, el deseo incontrolable de estar con el otro, el extrañar hasta perderse en los pensamientos, el deseo de entregarse y recibir, no permanece. Quienes saben dicen que lo que se pierde es el “enamoramiento”. Yo creo que lo que se pierde es el amor.

Finalmente, pienso que las parejas occidentales, establecen un pacto de compañía, impulsadas generalmente por un estado emocional compartido al que llaman amor.

Pero, hay algo más a mi juicio que merece tenerse en cuenta y es que, el “amor” apasionado es una necesidad vital para las personas. Es mayor en la adolescencia y la juventud, mas es imprescindible para la salud psicofísica de todo estadío de la vida.

En la niñez el objeto de amor apasionado será la madre, pasará el tiempo y será su novio/a, luego su esposo/a, quizá para la madre, un hijo... ¿Y luego?

Las personas necesitan tener amantes, necesitan tener esa fuerza que los impulsa desde la pelvis hacia afuera y los inunda desde todos los sentidos. Esos amantes no deben faltar nunca, pues de lo contrario las personas se frustran, se deprimen, mueren en vida. Un amante debe estimular como una droga, debe provocar adicción, debe satisfacer al punto de hacer sentir pleno a quien lo tiene. Tiene que implicar riesgo, desafío, adrenalina, descargas neurohormonales masivas, deseo, placer…

¿Acaso el amante tiene que ser un hombre o una mujer? Jaja… Yo no dije eso. En realidad, un amante podría ser cualquier cosa que apasione. Una disciplina artística, un deporte, una ocupación, una afición (como ser a un un equipo de fútbol). Así es que podemos ver amantes locos, como quienes gozan de entrar desnudos corriendo en medio de un estadio repleto, o saltando desde el filo de una montaña, o escalando el Everest. Son amantes, quizás extremos, pero ejemplifican de manera concreta lo que yo pienso de un amante.

Pero ¿Existe acaso mejor amante que un amor prohibido?

(El asunto es que, no todos pueden o simplemente no lo logran, por alguna u otra razón. Miserables aquellos que no tienen amantes)

1 comentario:

  1. vengo a agradecerte tu paso por el Ático...y te invito a mi blog de Sensaciones, espero que te guste...
    y hablando de tu post...pedazo post!!
    un tema delicado...pero podría estar de acuerdo contigo...podría ser esa pareja q escogemos el amante, la pasión... ufff

    un beso!!

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