domingo, 19 de septiembre de 2010

De amor y de amantes

En el mundo occidental, la posibilidad de elegir la pareja con la que se ha de compartir la vida es un concepto difícilmente cuestionado hoy en día. Y ciertamente parecería, prima facie, más saludable aplicar el albedrío personal en el proceso de elegir pareja, ya que suponemos como certeza la existencia de una entidad llamada “amor”. Aunque, también es cierto, que el “amor” es una entidad sobre la cual no hay consenso sobre su definición.


Me llamó la atención la perspicacia de Nietzsche en Humano, demasiado humano: “Pueden prometerse acciones, pero no sentimientos, porque estos son involuntarios. Quien promete a otro amarlo siempre, u odiarlo siempre o serle siempre fiel, promete algo que no está en su mano poder cumplir; lo que se puede prometer son actos o manifestaciones, que sí, ordinariamente son consecuencia del amor; del odio, de la fidelidad, pueden provenir también de otras causas, puesto que caminos y motivos diversos conducen a una misma acción. La promesa de amar a alguno significa, pues, lo siguiente: Mientras que te ame, te mostraré pruebas de mi amor; si dejara de amarte, continuarás, no obstante, recibiendo de mí, iguales manifestaciones, aunque por motivos diferentes, de manera que en el concepto de los demás hombres persista la apariencia de que el amor será inmutable y siempre el mismo. Así, pues, el hombre promete la persistencia de la apariencia del amor, cuando sin cegarse voluntariamente, promete amor eterno”.

El asunto es que, ni el propio Nietzsche pudo escapar de la ceguera del amor. Y porque supo de ello lo escribió tan bien.

Yo creo que, como en toda elección, la de la pareja tiene en cuenta tres factores. 1) Oportunidad: Se elige lo que se puede. 2) Gusto: Se elije dentro de un perfil precondicionado. 3) Capacidad: Aptitud y actitud para el cortejo. Estas tres variables se pueden dar en un contexto de enamoramiento o no. Pero, invariablemente, van a estar bajo el peso de la idiosincrasia, de la cultura, de esa especie de presión atmosférica que nos oxigena pero que nos comprime contra la tierra.

Una vez realizada la/s elección/es, y definido/a quien, en principio sería la pareja, será cuestión de tiempo y circunstancias cuanto habrá de pasar del enamoramiento a lo que bien describe Nietzsche y que yo llamaría la “actuación de amar”.

El modelo participativo, el que impera en Occidente, en el que dos personas que dicen amarse se elijen, prescindiendo totalmente (como si eso fuera posible) de la opinión de terceros, tiene ventajas iniciales y desventajas intermedias y finales.

Las ventajas iniciales tienen que ver con la maravillosa sensación de “estar enamorado”, siempre y cuando haya correspondencia entre dos seres. Las desventajas intermedias vienen de la decepción, de darse cuenta que lo que llamaron amor se desvanece. Y las desventajas finales devienen, entre otros factores, de las culpas por haber sido EL o LA responsable de haber elegido lo que se tiene (o se tuvo).

¿Es posible el amor eterno? En mi opinión no. Existe el cariño, el afecto, el compañerismo, la decisión de cumplir con un pacto de compañía, de representar ante la sociedad, la necesidad mutua de mantenerse asociados por la razón que fuese, etc.

Si a la suma de todos estos actos decididos en pareja se la puede llamar amor; o si a la fuerza que sostiene todos estos actos se la puede llamar amor, entonces, desde ese punto de vista quizás exista tal entidad.

Pero -en honor a la sinceridad- el apasionamiento, el deseo incontrolable de estar con el otro, el extrañar hasta perderse en los pensamientos, el deseo de entregarse y recibir, no permanece. Quienes saben dicen que lo que se pierde es el “enamoramiento”. Yo creo que lo que se pierde es el amor.

Finalmente, pienso que las parejas occidentales, establecen un pacto de compañía, impulsadas generalmente por un estado emocional compartido al que llaman amor.

Pero, hay algo más a mi juicio que merece tenerse en cuenta y es que, el “amor” apasionado es una necesidad vital para las personas. Es mayor en la adolescencia y la juventud, mas es imprescindible para la salud psicofísica de todo estadío de la vida.

En la niñez el objeto de amor apasionado será la madre, pasará el tiempo y será su novio/a, luego su esposo/a, quizá para la madre, un hijo... ¿Y luego?

Las personas necesitan tener amantes, necesitan tener esa fuerza que los impulsa desde la pelvis hacia afuera y los inunda desde todos los sentidos. Esos amantes no deben faltar nunca, pues de lo contrario las personas se frustran, se deprimen, mueren en vida. Un amante debe estimular como una droga, debe provocar adicción, debe satisfacer al punto de hacer sentir pleno a quien lo tiene. Tiene que implicar riesgo, desafío, adrenalina, descargas neurohormonales masivas, deseo, placer…

¿Acaso el amante tiene que ser un hombre o una mujer? Jaja… Yo no dije eso. En realidad, un amante podría ser cualquier cosa que apasione. Una disciplina artística, un deporte, una ocupación, una afición (como ser a un un equipo de fútbol). Así es que podemos ver amantes locos, como quienes gozan de entrar desnudos corriendo en medio de un estadio repleto, o saltando desde el filo de una montaña, o escalando el Everest. Son amantes, quizás extremos, pero ejemplifican de manera concreta lo que yo pienso de un amante.

Pero ¿Existe acaso mejor amante que un amor prohibido?

(El asunto es que, no todos pueden o simplemente no lo logran, por alguna u otra razón. Miserables aquellos que no tienen amantes)

domingo, 29 de agosto de 2010

El sueño

Tengo una amiga psicóloga que me explicó que hay cierto tipo de sueños que son especiales, que no son como todos, que son “para el diván”. Al menos eso es lo que entendí.
Días atrás tuve uno y se lo conté, porque ella misma aparecía en él.





Escena UNO

El sueño comienza con mis padres caminando, en un viaje largo, a través de lo que parecía ser un camino de desierto, pero que más que arena y tierra había piedras, muchas piedras, todo el tiempo. En el sueño de a ratos los acompaño y de a ratos solo los observo “desde afuera”, como un espectador.
Durante el viaje discuten, se reconcilian, la pasan más o menos, a veces mal.
En algún momento le propongo a mi mamá que escriba sus vivencias, que me parecía interesante.

Escena DOS
La escena se diluye, y (como si fuera otra escena de teatro en que se abre un telón) me veo con mi esposa viajando en un vehículo que yo conduzco. Vamos por un camino de montaña cuesta abajo, a mucha velocidad y con el vehículo por momentos difícil de controlar. Al costado, el precipicio. Alguien quiere rebasarnos en otro vehículo. No lo dejo. Mi esposa se enoja por eso. Yo confío en mi capacidad de contener el vehículo lanzado a velocidad cuesta abajo. De repente, el vehículo se queda sin combustible y se apaga el motor. No funcionan los frenos. En vez de comentar “nos quedamos sin combustible”, digo “¡Nos quedamos sin tiza!
Como pude, o por un milagro que solo se da en los sueños, logro detener el auto. Bajamos al costado del asfalto y comenzamos a buscar en el suelo pedacitos de tiza. Y encontramos. Algunos eran pedacitos tan pequeños que tenían forma de “triangulito”(lo último que queda de una tiza gastada) que apenas podían sostenerse entre los dedos. Alguno que otro pedacito era más grande. Encontramos unos trozos de piedra blanca. Los raspé contra el suelo y noté que escribían, como la tiza. Piedra caliza supongo. Fin de la escena.

Escena TRES
Estoy con mi mamá. Le propongo que escriba algo, un resumen, sobre lo que vivió y escribió en una suerte de diario. Le reitero que sería interesante. Ella accede y escribe en una libreta.
En algún momento aparece Paula, distante, más que los cuatro o cinco metros que nos separaban. La escena es más o menos estática. Estoy con mi mamá. Paula no está sola. Está con al menos una persona. No se acerca, está en sus cosas.
Al verla, me entusiasmo y le pido a mi mamá que le muestre la libreta, pensando que seguramente a Paula le resultaría interesante. Le cuento a mi mamá sobre Paula, sobre lo buena que es, sobre su inteligencia, su sensibilidad, etc. Pero mi mamá no quiere entregarle su escrito. Entonces se lo arrebato. Se lo muestro a Paula y ella, con cortesía obligada esboza un par de halagos poco creíbles. Pero así y todo, saca de su perspicacia y señala un par de cosas geniales. "Le sacó la ficha" a mi vieja apenas con un vistazo.
¡Te lo dije! ¡Es una genia! Es esto, es lo otro, todos halagos entusiastas. Entonces siento un nudillo de Paula apretándome la pierna ordenándome que me calle. Entiendo al toque. Entonces me hago el tonto y sigo hablando de Paula en un tono menos eufórico –la conozco porque laburamos juntos…- y cosas así.

Escena CUATRO
Casi al mismo tiempo en el que sigue en escena Paula, aparece un hombre al que llamo “el Doctor” (Ya no está mi mamá)
El doctor es un hombre adulto, grande. De a ratos soy sus ojos pero, la mayor parte del tiempo tan solo lo acompaño.
El doctor quiere volver al lugar de donde vinieron mis padres. Emprende el regreso.
Comienza el camino por el desierto, esta vez con más piedras. Ve que algunas cosas están cambiadas, que con las piedras se hicieron caminos, terraplenes… pero también de piedra. Y más difíciles de transitar todavía, porque además para ir por ellos hay que subir, y el Doctor ya está cansándose.
De repente se abre un camino de piedras hacia la derecha. Las piedras están redondeadas y pintadas de blanco, de manera desprolija, como cuando los empleados municipales pintan los cordones de la vereda con cal. Al Doctor no le gusta lo que ve, ni los terraplenes ni las piedras pintadas.
Conforme decide investigar por el camino de las piedras pintadas, llega a un lugar en donde las cosas se ponen ordenadas. Hay una arcada, como eran los acueductos romanos, con varias entradas separadas por columnas, y frente a cada columna una estatua con forma humana. También hay guardias en los alrededores. El doctor sabe que detrás de esas puertas están los sacerdotes, seguramente el Papa.
Se escandaliza ¡No puede ser¡ ¡No puede ser! Sentía que se había hecho una herejía, como que se había violado un santuario. El Doctor tenía su propia fe, pero no admitía la pompa ni la idolatría.
Se salió de ese camino y llegó hasta una casa humilde, también hecha de piedra

Escena FINAL
Adentro de la casa hay tres personas: El Doctor, alguien que no conozco y yo. El Doctor domina la conversación por un momento hasta que, repentinamente, hace silencio. ¿Se siente mal? –le pregunto. Sí –me contesta con tono suave pero firme-
Noto que está a punto de desvanecerse. Me apresuro hacia él y lo sostengo. Pido que extiendan una colchoneta que estaba a un costado, sobre el piso. Acostamos al Doctor. El Doctor muere.


Así terminó mi sueño. Mi amiga me dio algunas claves para entenderlo. Pero no soy especialista en la materia, así que nada más sigo el consejo de mi amiga experta y lo escribo. No fue mi primer sueño de este tipo. ¿Vendrán otros?
Gracias Pau

domingo, 1 de agosto de 2010

Ese maldito Israel

La Nación publicó este escrito de Marcos Aguinis, un artículo imprescindible para entender la actualidad del Estado de Israel a 62 años de su fundación.

La sistemática descalificación del Estado de Israel se ha convertido en una moneda corriente tan grave como la descalificación de los judíos que hizo el Tercer Reich para cometer el Holocausto. Así como algunos fanáticos piden ahora un Medio Oriente Israelrein (¿limpio de Israel?), los nazis querían un mundo Judenrein (¿limpio de judíos?).

La misma mecánica. En ambos casos se procura señalarlos como indeseables, criminales, y hasta como bacterias infecciosas. Dicen que es necesario exterminar ese "cáncer" (Israel, ahora; todos los judíos, antes) como medida de higiene, para que haya paz, para conseguir justicia, para bien de la humanidad.

La mayor parte del mundo cree en esas diatribas o duda, o se mantiene indiferente, o es cómplice. Antes de 1939, Hitler promulgó suficiente cantidad de "leyes raciales" que invitaban al más remiso para hacer desaparecer judíos. No hubo una eficaz repulsa a semejante atrocidad. Y la atrocidad pudo llevarse a cabo sin dificultades.

Ahora, cualquier ojo informado puede advertir la doble vara con la que se mide a Israel, exagerando siempre sus errores y, al mismo tiempo, dejando al margen sus virtudes. Martilla el concepto de que Israel es culpable, porque bogue o porque no bogue, convertido en victimario despreciable e irredimible, eterno. Por consiguiente, debe ser borrado del mapa, como proclama un jefe de Estado sin que las Naciones Unidas le exijan retractarse siquiera.

Se cumplieron 62 años de la independencia israelí.

Voy a ser políticamente incorrecto ¿ya me acostumbré al rol? y señalaré los méritos de Israel. Sólo los méritos. Sus defectos ya inundan la prensa y los corrillos.

Es uno de los países más pequeños, con la milésima parte de la población mundial. Fue desértico en la mayor parte de su extensión. No tiene recursos naturales. Está rodeado por un vasto cerco de acoso permanente. Debe mantener activo un ejército popular integrado por sus ciudadanos para defenderse de día y de noche, todos los días y todas las noches. Padece conflictos interiores debidos a su gran pluralidad. No obstante, mantiene la admirable calidad de su sistema democrático y se ha convertido en una potencia científica, cultural y económica. Da envidia. Y, en gran parte, esta envidia genera odio.

Veamos algunos hechos.

Su población alcanza a los siete millones y medio de personas, de las cuales un 20 por ciento son árabes que llegan a intendentes, diputados, académicos y ministros. Un vicecanciller israelí fue árabe musulmán y visitó la Argentina en tal carácter.

Pese a la amenaza de sus vecinos y la tensión generada por los mártires místicos asesinos (acertada definición de Carlos Escudé), la esperanza de vida actual trepa a los 81 años, muy por arriba de la media mundial, que se queda en los 67 años. Supera a Inglaterra, Estados Unidos y Alemania. Más del 60 por ciento de los ciudadanos se sienten satisfechos o muy satisfechos por la calidad de vida, pese a las obvias dificultades que genera la tenaz amenaza de algunos países y organizaciones terroristas.

El desarrollo científico y tecnológico alcanzado coloca a Israel entre los países más progresistas del orbe. No mezquina en invertir en este rubro. Tiene la mayor proporción de ingenieros per cápita del mundo entero. Su creación de patentes es asombrosa. Basta hacer algunas comparaciones: de 1980 a 2000, se registraron 77 patentes egipcias y 171 saudíes en los Estados Unidos, frente a 7652 israelíes. En esa catarata de patentes sobresalen las que mejoran los equipos médicos. Sus hospitales brillan por la excelencia y en ellos son pacientes, médicos y jefes de equipo tanto los judíos como los árabes, sin discriminación alguna.

Israel ha sido reconocido como uno de los ocho únicos países con capacidad de enviar un satélite al espacio. Produce más papers científicos per cápita que cualquier otra nación del globo.

Está a la cabeza de las compañías valuadas en el Nasdaq, con la excepción de Estados Unidos; más que toda Europa, India, China y Japón combinados. En proporción con su población, Israel desarrolló el número más grande de compañías de emprendimientos (start-up) tecnológicos del mundo.

Pocos prestan atención al hecho de que es un país más seguro que Suiza, por ejemplo. En sus calles, el promedio de asesinatos anuales es de 1,8 por cada 100.000 personas. En tierras helvéticas, la cifra llega a los 2,3: en Rusia supera los 16, y en Sudáfrica se acerca a los 40. La mayor parte de los heridos y muertos son consecuencia de los ataques con misiles que lanzan las organizaciones terroristas desde los territorios que Israel ha evacuado.

El viceprimer ministro, Dan Medidor, acaba de formular una síntesis. Dijo: "Debemos estar muy satisfechos en este 62º aniversario de la independencia. En el desierto, en una tierra sin recursos naturales, construimos un Estado con gran fortaleza, vitalidad y excepcionales logros en ciencia, cultura, medicina, agricultura, economía y altas tecnologías. Afrontamos amenazas graves en una zona que siempre fue hostil. Nuestro gobierno debe reflexionar con sentido común y actuar. Y no siempre a nivel militar".

El Estado ofrece, por ley, prestaciones de asistencia social, subsidios, servicios médicos, pensiones, educación, infraestructuras y demás beneficios sociales a los 250.000 palestinos que viven en la zona oriental de Jerusalén, los mismos de los que disfrutan los demás ciudadanos árabes del país.

Es la única nación en la historia de la humanidad que logró hacer revivir una lengua que no se hablaba. El hebreo bíblico, la lengua que se utilizó durante los dos primeros Estados judíos que existieron en ese territorio, se ha convertido en un instrumento que permite expresarse a poetas, novelistas, científicos, periodistas y políticos, con una riqueza que conjuga las maravillas del pasado con los desafíos del presente.

Desde su independencia, ha obtenido más premios Nobel per cápita que cualquier otro país del planeta.

Un fenómeno impresionante es la obsesión israelí por forestar su suelo. Desde antes de la independencia, funcionaba un fondo destinado a plantar árboles. Por esa razón, cuando en 1947 las Naciones Unidas propusieron la partición de Palestina ?por entonces dominada por los británicos? en un Estado árabe y otro judío, a este último le asignaron casi todas las zonas áridas. Israel planta árboles con una obsesión febril.

Conmueve observar las alfombras verdes que se dilatan en colinas y planicies que habían carcomido la erosión y el abandono. En muchas partes, ahora existen frondosos bosques y hasta ha comenzado a modificarse el clima. Desde hace décadas, es tradición que los homenajes se traduzcan en plantación de árboles, no en monumentos. Allí, para mantener la memoria, por cada muerto se planta un árbol o un bosque.

Israel creó el único sistema colectivista democrático de la historia, por el cual se puede entrar y salir sin restricción alguna. Me refiero al kibutz.

Se fundaron y prosperaron cientos de aldeas conforme a ese tipo de vida. La mayor parte de los padres fundadores del Estado nacieron, vivieron o se formaron en algún kibutz. Casi el 93% de los hogares en Israel utilizan la energía solar para calentar el agua. Es el porcentaje más alto del mundo, y se trabaja con entusiasmo en la creación de otras energías alternativas.

La falta absoluta de petróleo y otros recursos naturales exige fortificar la imaginación. Golda Meir solía criticar a Moisés: "Habiendo tanto petróleo en la zona, ¿tuvo que encajarnos en el único rincón donde no existe una gota?".

Desde hace décadas, Israel atrae una enorme cantidad de inversiones extranjeras. Son las más grandes del mundo, si se las mide per cápita: 30 veces más que Europa.

Desde antes de la independencia, puso el acento en la cultura y el conocimiento. En Jerusalén fundó una prestigiosa universidad, con el compromiso personal y apasionado de Albert Einstein. En Rejovot erigió el primer centro de investigaciones científicas de Medio Oriente y en la ciudad de Haifa, el imponente Tecnión. Ahora funcionan seis universidades de reconocidos méritos y se han formado cuatro Silicon Valleys.

Así como hubo ceguera ante el absurdo que publicitaba el nazismo sobre el carácter de "raza inferior" o "raza infecta" que constituían los judíos, hay ceguera respecto de las virtudes impresionantes de Israel. Como referencia final de este artículo, que podría alargarse con más datos, mencionaré los formidables movimientos por la paz que desarrollaron sus habitantes y dirigentes, muy superiores a los que se formaron (¿se formaron?) en todo el resto de Medio Oriente. Quedaría para otra ocasión analizar por qué se quedaron sin fuerzas.

A ese "maldito Israel" pretenden borrar del mapa. Prometen que, sin su existencia, todo funcionaría mejor, así como los nazis prometieron que el mundo funcionaría mejor sin judíos. Es tan evidente el grotesco, que ni cabe perder el tiempo en una refutación.


© LA NACION

lunes, 26 de julio de 2010

Aborto legal

Los médicos forenses, en ocasiones, debemos dictaminar sobre si un nino ha nacido vivo o muerto. Ahorraré los detalles, pero la técnica nos permite saber si hubo o no inicio de la actividad cerebral propia del inicio de la vida.
En el seno materno la vida es refleja. Solo hay "vida posible de manera independiente" si se ha activado el cerebro.
Para ser breve, sin cerebro no hay persona. Si no hay persona no hay crimen posible.

Por otra parte, particularmente siempre me resultó llamativa la paradoja de considerar no punible el aborto en caso de una demente violada en oposición al que podría realizarse en un caso de una mujer libre de patología y victimización.
Si el espíritu del Código Penal es protejer a la persona por nacer, ¿Por qué el aborto sería una conducta criminal en el último y no en el primero?

La contradicción revela, a mi juicio, la falta de fundamentos racionales que tiene la legislación en materia de aborto

sábado, 24 de julio de 2010

Génesis

GENESIS (Una fábula herética)

Cierta vez el hacedor tuvo la idea de crear a los hombres.

De un bordecito que sobraba de la maqueta que había construido, tomó un pedacito y le dio forma. Tomaba cuerpo su obra cumbre ¡el ser humano!

Poco tardó en darse cuenta que sus máximas criaturas eran torpes y débiles, mucho más que los animales que ya había creado.

Entonces se reunió con los ángeles para discutir el problema. No llegaban a nada. El Creador se resistía a poner en sus criaturas la más mínima potestad que les permitiera ser cuestionado. “Con los instintos que les regalé alcanza y sobra”, sentenciaba el Creador.

Pero las cosas no marchaban como él pretendiera. Sus criaturas, a las que había llamado humanos (porque la maqueta de la que los formó era de humus, o sea de barro) simplemente morían.

Una y otra reunión celestial y no había acuerdo. Algunos cortesanos del paraíso llegaron a ofuscarse por la terquedad del viejo. Dijeron algo… pero no hicieron nada. Es que el viejo era viejo pero no tonto. Sabía que para que sus más preciadas criaturas pudieran subsistir debería darles algunas herramientas, a pesar de él, aunque sean pocas. Los humanos eran débiles, incompletos.

A sugerencia de un ángel al que llamaban “el artista etéreo”, se acordó darle al hombre sentimientos, en realidad nada complicado. Afecto, alegría, confianza, esperanza, sensibilidad. Todos sentimientos nobles, por supuesto. Alguno dijo que no podía faltar la razón, otro la fe…

Y así, de a poco, se fue armando la idea de un ser creado “a la imagen y semejanza del Creador”.

El hacedor vio que era bueno y dijo: “Está bien, hagámoslo”

¡Y la cosa funcionó! Los hombres no eran estáticos como las plantas ni autómatas como los animales. Hasta podían crear. Y lo que más le gustaba al creador: Lo adoraban.

Todo parecía andar de maravillas.

Pero el ingenuo hacedor (nunca hubo de admitir tal cualidad), se olvidó de algo. Mejor dicho, de alguien.

El omnipotente alguna vez no estuvo solo. Y quizás no siempre fue omnipotente. No se sabe si esposa o amante, pero hubo una mujer.

Celoso de su inteligencia y belleza la había echado del paraíso. Y para que nadie recordara su existencia ordenó borrar su historia, del cielo, de la tierra, de todas partes.

Esta femínea deidad era inteligente y hermosa, como nada de lo que pudiera ser creado jamás. Cuando fue echada del paraíso huyó, huyó y huyó, perseguida por el rencor de su amante.

El Creador, al que algo del ingenio de la dama se le había pegado, instruyó un ardid para que quien se la cruzase no pudiera reconocerla. La llamó el diablo.

El día en que fue creado el hombre, se organizó en el Cielo una fiesta de aquellas. Música gloriosa, danzas nirvánicas, luces celestiales, comida… de todo.

Tal fue el jolgorio que éste no pasó inadvertido a los oídos de la diosa despechada, quien de manera silenciosa se acercó a la movida y alcanzó a ver la gigantesca maqueta de barro. Arrastrándose, casi reptando, se aproximó al borde de ésta y pudo verlo. Aire, tierra, agua, plantas, animales y ¡Hombres! Seres que corrían de un lado a otro, como desaforados, agitando orgullosos unos ridículos apéndices.

“¡Lo hizo el muy descarado!” dijo la diosa. “¡Y solo!”. Masticó bronca por un rato. Luego sonrió apenas elevando la comisura derecha de sus labios. Le causaba gracia ver a los creados a quienes los llamaban “varones”, como si fueran gran cosa. “Pero ¿Por qué corren como desaforados?” Miró mejor y se dio cuenta. El Creador había inventado una suerte de diosas, bellas pero ridículamente tontas, que también corrían de aquí para allá. Notó que se parecían mucho a ella misma. Fue el colmo. No lo pudo tolerar.

Como una serpiente que ataca a su presa se extendió hacia el mismísimo trono del Creador. Sentía ira.

Pero no podía decir nada. A fin de cuentas estaba en el Cielo. Un improperio o hasta un pensamiento en voz alta, aunque fuera un inaudible susurro y sería descubierta.

Odió al Creador como nunca. Pero no podía expresarlo.

Se hizo invisible como pudo, se confundió con el resto de los ángeles y logró su primer cometido, acercarse al Creador. Frente a él, armó la más cálida y fingida sonrisa, afirmó su pecho e hizo un movimiento sutil con sus caderas que estremeció al Creador. Adelantó una de sus desnudas rodillas apenas unos centímetros y lo miró.

Una vez más el Creador se quedó sin palabras, tieso… como en los viejos tiempos.

Segura de sí misma encaró al hacedor “¡Qué bien se te ve!”. El Creador demoró un instante en salir de su espasmo, lo que dio tiempo a otra frase de la diosa “¡Que fuerte que se te ve! …inteligente”.

- Si, por eso soy dios

- Claro, ¡Y qué sabio! ¡Y qué justo! ¡Es algo… - dijo la diosa con tono falsamente solemne

- Obviamente!

- ¡Qué lindo que está todo! Lo hiciste vos…

- Absolutamente –dijo el Creador. Todo lo hice yo. Todo lo hago yo –afirmó subrayando el “hago”. No pudo ocultar su típico tono altivo.

La antigua amante lo aduló hasta el punto exacto que deseaba, y con miradas y apetecibles palabras lo llevó al límite de su vanagloria, de su soberbia.

Cuando el Todopoderoso cayó presa de su propia vanidad, olvidó por un instante la sagacidad de la dama, que le sugirió con un bisbiseo irresistible: “Veo que hiciste unos dioses… unos que llamás varones” –lo aduló un poco más y siguió-. “Y que hiciste unas diosas, unas que llamás mujeres” “Se parecen bastante a vos… inteligentes, bellos, creativos, puros…” La presencia tan cercana de la mujer no lo dejaba pensar. “De seguro que deben tener tus valores… justos…”

“¿Justos?” Preguntó como sorprendido el eterno “¡Por supuesto! Los hice a mi imagen y semejanza” afirmó de manera contundente.

La diosa quería venganza. Detestaba la soberbia del Creador, ése que la había echado tan sólo porque ella con su presencia empalidecía la masculina majestad. “Creaste dioses a tu imagen… pero también creaste diosas… parecidas a mí…” la dama bajó la voz y el ritmo de manera cautelosa. “¿No sería tu magnífica justicia aún más grande si… ya que… me entendés… al menos me permitieras aportar una idea? Al fin y al cabo…”

El Creador pareció pensarlo, apenas si podía. Quizás esperaba una propuesta malévola como “permitiles sufrir”, “dejalos odiar”. Con ello podría matarla con todo derecho y se sacaría para siempre ese enemigo que lo hechizaba, como cuando todavía el universo era joven. En el Cielo esa era la ley. Nada “malo” podía ni siquiera insinuarse.

La diosa pronunció solo una palabra: “Amor”

El Creador, todavía embelezado por la presencia apabullante de la femineidad no pudo entender bien. “¿Amor?” preguntó extrañado.

La diosa caída se arrimó aún más al rostro del Creador y con sus labios apenas rozó los de él. Sus pechos ahondaron mínimamente la resplandeciente túnica. No fue necesario más. El Creador alzó levemente la cabeza y entrecerró sus ojos como entrando en un recuerdo o en un éxtasis lujurioso. La diosa siguió mirándolo, midiéndolo.

Por poco el Creador no la tomó y la hizo suya gritando su perdón.

Pero ella no quería volver. No avanzaría un milímetro más. Tenía un plan.

“Sabés que no puedo quedarme. Si me descubren acá vas a estar en problemas. Ya me voy pero antes... un favor… solamente uno y me voy” –repitió la diosa. “Está bién, decímelo y andate rápido” dijo el hacedor exhalando.

“Dales el Amor” pidió la dama. “¿El amor?” Respondió el eterno otra vez entre sorprendido e incrédulo. “Si, el amor” le respondió la diosa con tono suave atravesando su alma con la mirada y rozando apenas uno de sus muslos contra el de él.

El Creador aceptó balbuceante. Pero con la poca lucidez que le quedaba puso una condición: Que nadie supiese que no había sido idea suya.

La divina femineidad asintió con falsa devoción y lentamente permitió que el luminoso ropaje del eterno sea librado al influjo de la brisa celestial.

La diosa volvió al destierro, tan subrepticiamente como había llegado. El Creador retomó su soberana compostura y su divina soledad.

A partir de ese día los humanos conocieron el amor… y la lujuria, el despecho, la deseperación, la tristeza, la angustia y hasta la locura.

Dios es amor

Y el diablo es…